Luis González Ansorena
Miembro del Grupo de Investigación Euro-Asia (GEA)
de la Universidad de Salamanca
González Ansorena, L. (2018). Experiencia estética y kyūdō, en Mirai. Estudios Japoneses 2(2018), 141-151.
Resumen. El presente texto pretende, más allá de la intuición de la belleza de la ceremonia del tiro con arco tradicional japonés, (kyūdō), reflexionar sobre las vías de estudio de este arte a partir de las nociones de la estética occidental y un posible ámbito común con la estética oriental.
El presente texto tiene por objeto el estudio del kyūdō, la “vía del arco”, arte marcial desarrollado en Japón, desde la perspectiva de la tradición estética occidental y, específicamente, de la noción de experiencia estética, mostrando los valores que afloran desde el primer momento a través de la simple observación y, exclusivamente con carácter indiciario, señalar las diversas vías abiertas a una investigación futura.
Con ello, planteamos aquí la hipótesis de que se puedan utilizar conceptos y categorías de la estética occidental aplicadas a un arte oriental que, como señala Belén Pérez, (Renshi, 6º dan), constituye lo más acendrado y apasionante de la cultura tradicional japonesa, sin que se produzcan, como advirtió en su día Ananda K. Coomaraswamy, “interpretaciones categóricas falsas”; así como, a partir de una posible noción común de estética y arte, abrir un ámbito de confluencia en el que se puedan “cotejar unos con otros los puntos de vista asiáticos y europeos válidos”, impulsando así el estudio del kyūdō hacia un más amplio campo que abarque la praxis y el pensamiento del Oriente tradicional, fundamentalmente de unos valores espirituales, tan necesarios, como dice el profesor Alfonso Falero, a una “civilización material que deja al sujeto social vacío de su universo de referencias, ahora sustituida por puros objetos de consumo”.
Foto de Henk Bleeker
Ningún espectador mínimamente sensibilizado puede sustraerse a la
intensa sensación de belleza que se desprende de un hitote gyosha de cinco
arqueros, la ceremonia más habitual en la práctica del kyūdō. Sobre todo si el
grado de los practicantes es alto, el atento y paciente espectador observará a
cinco miembros (kyūdōjin), hombres y mujeres, portando arcos asimétricos de
bellas formas y dos flechas, estrictamente uniformados con hermosos kimonos, penetrar
consecutivamente en un espacio rectangular (shajo) saludando respetuosamente,
para después caminar, rítmica y coordinadamente, describiendo una específica
trayectoria, hasta situarse en línea a veintiocho metros de sendas dianas
(mato) y, tras desarrollar unos rigurosos movimientos individuales, tensar el
arco y disparar consecutivamente con un tiro que al observador sorprenderá sin
duda por la aparente facilidad del esfuerzo y la enorme energía con la que las
flechas surcan el espacio hasta las dianas. Seguidamente se retiran
ordenadamente, saludando de nuevo y saliendo del espacio indicado, sin haber
perdido en ningún momento una actitud de natural dignidad y compostura. Y todo
ello en medio del más estricto silencio, pues el único sonido audible es el
momento de la suelta y el resonar de las flechas en las dianas, lo que no hace
sino remarcar el protagonismo del silencio.
Foto de Henk Bleeker
Así, el espectador, al que suponemos desconocedor
del contenido y finalidad del kyūdō pero estudioso de la tradición estética
occidental, será consciente de haber percibido una ceremonia plena de belleza,
es decir, de haber participado de una experiencia estética, entendida en el
sentido formulado A. Baumgarten, desde el mismo inicio de la estética como
disciplina autónoma, como cognitio sensitiva o cognitio aesthetica, es decir,
conocimiento sensible de la belleza. Sin embargo, como nos recuerda W. Tatarkiewicz,
es fácil reconocer la existencia de esta categoría pero difícil formular sus
rasgos distintivos y su esencia5, dificultad que alcanza a la propia noción de
belleza en la estética occidental6 y su posible correspondencia con la noción
de belleza en Japón en donde, como señalan Michael F. Marra y Takagi Kayoko, no
fue formulada en su sentido estético hasta la segunda mitad del siglo XIX.7
Así, se abre una primera vía de investigación futura en el sentido de precisar
cuáles son los elementos del kyūdō que provocan la sensación de belleza y si
existe coincidencia, o en su caso complementariedad o contradicción con su
noción oriental.
Foto de Henk Bleeker
Efectivamente, el espectador que observa una de las
variantes de la ceremonia, en un primer momento, queda cautivado por la forma,
entendida aquí como apariencia, sin que para ello se precise la intervención
del pensamiento lógico; pero, de inmediato, se verá abocado a reflexionar sobre
varias cuestiones derivadas de la mera observación: en primer lugar, la idea de
que tan complicada ceremonia no puede pretender la sola consecución de un mero
espectáculo o placer sensual; es decir, tener como objetivo exclusivo la
generación de belleza. Porque en la misma intervienen múltiples elementos
constitutivos: una arquitectura tradicional específica en cuyo espacio se
realiza la práctica, (dōjo); una estricta determinación espacial que implica
unas exactas medidas; de distancia de la zona de tiro a las dianas, de las
dianas entre sí, el formato y medidas de las propias dianas, de los practicantes
entre sí… amén de la extraordinaria complejidad, precisión y sutilidad de los
movimientos realizados por los practicantes, individualmente y como colectivo.
De todo ello se deduce necesariamente que el kyūdō como disciplina ha debido de
tener, desde su evidente origen militar, un desarrollo en la historia a través
de los siglos a partir de la experiencia, pero también mediante un proceso de
pensamiento lógico que ha llevado a los maestros a tomar una serie de
decisiones en torno a todos estos elementos y la conveniencia de determinadas
formas, distancias, movimientos, trayectorias, coordinación… así como respecto
al comportamiento de los practicantes, es decir, en orden a constituir unas
reglas obligatorias. Y estas reglas no pueden tener una mera función sensorial.
Así se abre una nueva vía de investigación en torno a la historia de la
disciplina, la decisión y conveniencia de determinadas reglas y sobre todo, si
concluimos que pretende ir más allá de la belleza, la finalidad o utilidad
última de la totalidad de la práctica en sí misma.
Foto de Henk Bleeker
De la percepción de un tiro ceremonial, el
estudioso deducirá necesariamente dos pensamientos complementarios entre sí: en
primer lugar que para lograr la necesaria destreza personal se hace necesaria
una evidente y radical autodisciplina individual; una práctica constante y
prolongada en el tiempo, hecho confirmado de inmediato al tener noticia de que
muchos maestros llevan practicando treinta, cuarenta, incluso cincuenta años.
Por ejemplo, el influyente maestro Onuma Hideharu sensei, (hansi 9º dan) 1910-1990),
practicó durante setenta años, considerándose a sí mismo, a pesar de ello, un
aprendiz.
Foto de Henk Bleeker
Pero, más allá de la disciplina personal, común a
muchas otras artes marciales, tras lenta y ardua práctica, una vez conseguido
un cierto nivel de dominio individual de la técnica, se da en el kyūdō una
característica peculiar: toda la destreza obtenida se ha de poner a disposición
de los demás participantes, en orden a conseguir un objetivo que es patente al
observador: la indispensable relación con el conjunto de practicantes, a través
de la plena consciencia de que los propios movimientos, se han de coordinar con
los otros kyūdōjin, a fin de conseguir lo que se percibe como una profunda
armonía, una intensa sensación de unidad. Y es que, a partir de la actuación
individual, se trasciende lo individual para quedar embebida en un movimiento
general del grupo que hace patente para el espectador la intención última de
mostrar que existe “algo superior” a ellos mismos. Esta certeza se manifiesta
en la actitud de serena dignidad de los practicantes que harán recordar al
espectador la expresión “noble sencillez y serena grandeza” winklemanniana o le
remitirá estéticamente al Auriga de Delfos o a los kuroi (κοῦροι) cuya areté
(ἀρετή) podrá aplicar sin duda a los propios kyūdōjin. Y esta percepción señala
una nueva rama de estudio futuro, en el sentido de intentar determinar en qué
consiste ese “algo superior”, teniendo en cuenta que en la estética occidental
existe una noción de armonía formulada como uno de los elementos de la belleza
que se remonta a Platón y Plotino, recorre la estética medieval y alcanza la
modernidad. El estudio deberá a su vez establecer la correspondencia con la
fundamental noción de wa del pensamiento japonés que, por ejemplo, Suzuki
Daisetz, traduce como armonía10 y Jesús González Valles, como paz.
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Queremos expresar nuestro agradecimiento a Dn. Luis González Ansorena por habernos permitido reproducir su artículo en nuestro blog.
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