viernes, 1 de marzo de 2019

EXPERIENCIA ESTETICA Y KYUDO. LUIS GONZALEZ ANSORENA






Luis González Ansorena
Miembro del Grupo de Investigación Euro-Asia (GEA) de la Universidad de Salamanca




González Ansorena, L. (2018). Experiencia estética y kyūdō, en Mirai. Estudios Japoneses 2(2018), 141-151.


Resumen. El presente texto pretende, más allá de la intuición de la belleza de la ceremonia del tiro con arco tradicional japonés, (kyūdō), reflexionar sobre las vías de estudio de este arte a partir de las nociones de la estética occidental y un posible ámbito común con la estética oriental.



   El presente texto tiene por objeto el estudio del kyūdō, la “vía del arco”, arte marcial desarrollado en Japón, desde la perspectiva de la tradición estética occidental y, específicamente, de la noción de experiencia estética, mostrando los valores que afloran desde el primer momento a través de la simple observación y, exclusivamente con carácter indiciario, señalar las diversas vías abiertas a una investigación futura.






   Con ello, planteamos aquí la hipótesis de que se puedan utilizar conceptos y categorías de la estética occidental aplicadas a un arte oriental que, como señala Belén Pérez, (Renshi, 6º dan), constituye lo más acendrado y apasionante de la cultura tradicional japonesa, sin que se produzcan, como advirtió en su día Ananda K. Coomaraswamy, “interpretaciones categóricas falsas”; así como, a partir de una posible noción común de estética y arte, abrir un ámbito de confluencia en el que se puedan “cotejar unos con otros los puntos de vista asiáticos y europeos válidos”, impulsando así el estudio del kyūdō hacia un más amplio campo que abarque la praxis y el pensamiento del Oriente tradicional, fundamentalmente de unos valores espirituales, tan necesarios, como dice el profesor Alfonso Falero, a una “civilización material que deja al sujeto social vacío de su universo de referencias, ahora sustituida por puros objetos de consumo”.


Foto de Henk Bleeker


   Ningún espectador mínimamente sensibilizado puede sustraerse a la intensa sensación de belleza que se desprende de un hitote gyosha de cinco arqueros, la ceremonia más habitual en la práctica del kyūdō. Sobre todo si el grado de los practicantes es alto, el atento y paciente espectador observará a cinco miembros (kyūdōjin), hombres y mujeres, portando arcos asimétricos de bellas formas y dos flechas, estrictamente uniformados con hermosos kimonos, penetrar consecutivamente en un espacio rectangular (shajo) saludando respetuosamente, para después caminar, rítmica y coordinadamente, describiendo una específica trayectoria, hasta situarse en línea a veintiocho metros de sendas dianas (mato) y, tras desarrollar unos rigurosos movimientos individuales, tensar el arco y disparar consecutivamente con un tiro que al observador sorprenderá sin duda por la aparente facilidad del esfuerzo y la enorme energía con la que las flechas surcan el espacio hasta las dianas. Seguidamente se retiran ordenadamente, saludando de nuevo y saliendo del espacio indicado, sin haber perdido en ningún momento una actitud de natural dignidad y compostura. Y todo ello en medio del más estricto silencio, pues el único sonido audible es el momento de la suelta y el resonar de las flechas en las dianas, lo que no hace sino remarcar el protagonismo del silencio.

Foto de Henk Bleeker

   Así, el espectador, al que suponemos desconocedor del contenido y finalidad del kyūdō pero estudioso de la tradición estética occidental, será consciente de haber percibido una ceremonia plena de belleza, es decir, de haber participado de una experiencia estética, entendida en el sentido formulado A. Baumgarten, desde el mismo inicio de la estética como disciplina autónoma, como cognitio sensitiva o cognitio aesthetica, es decir, conocimiento sensible de la belleza. Sin embargo, como nos recuerda W. Tatarkiewicz, es fácil reconocer la existencia de esta categoría pero difícil formular sus rasgos distintivos y su esencia5, dificultad que alcanza a la propia noción de belleza en la estética occidental6 y su posible correspondencia con la noción de belleza en Japón en donde, como señalan Michael F. Marra y Takagi Kayoko, no fue formulada en su sentido estético hasta la segunda mitad del siglo XIX.7 Así, se abre una primera vía de investigación futura en el sentido de precisar cuáles son los elementos del kyūdō que provocan la sensación de belleza y si existe coincidencia, o en su caso complementariedad o contradicción con su noción oriental.

Foto de Henk Bleeker

   Efectivamente, el espectador que observa una de las variantes de la ceremonia, en un primer momento, queda cautivado por la forma, entendida aquí como apariencia, sin que para ello se precise la intervención del pensamiento lógico; pero, de inmediato, se verá abocado a reflexionar sobre varias cuestiones derivadas de la mera observación: en primer lugar, la idea de que tan complicada ceremonia no puede pretender la sola consecución de un mero espectáculo o placer sensual; es decir, tener como objetivo exclusivo la generación de belleza. Porque en la misma intervienen múltiples elementos constitutivos: una arquitectura tradicional específica en cuyo espacio se realiza la práctica, (dōjo); una estricta determinación espacial que implica unas exactas medidas; de distancia de la zona de tiro a las dianas, de las dianas entre sí, el formato y medidas de las propias dianas, de los practicantes entre sí… amén de la extraordinaria complejidad, precisión y sutilidad de los movimientos realizados por los practicantes, individualmente y como colectivo. De todo ello se deduce necesariamente que el kyūdō como disciplina ha debido de tener, desde su evidente origen militar, un desarrollo en la historia a través de los siglos a partir de la experiencia, pero también mediante un proceso de pensamiento lógico que ha llevado a los maestros a tomar una serie de decisiones en torno a todos estos elementos y la conveniencia de determinadas formas, distancias, movimientos, trayectorias, coordinación… así como respecto al comportamiento de los practicantes, es decir, en orden a constituir unas reglas obligatorias. Y estas reglas no pueden tener una mera función sensorial. Así se abre una nueva vía de investigación en torno a la historia de la disciplina, la decisión y conveniencia de determinadas reglas y sobre todo, si concluimos que pretende ir más allá de la belleza, la finalidad o utilidad última de la totalidad de la práctica en sí misma.

Foto de Henk Bleeker

   De la percepción de un tiro ceremonial, el estudioso deducirá necesariamente dos pensamientos complementarios entre sí: en primer lugar que para lograr la necesaria destreza personal se hace necesaria una evidente y radical autodisciplina individual; una práctica constante y prolongada en el tiempo, hecho confirmado de inmediato al tener noticia de que muchos maestros llevan practicando treinta, cuarenta, incluso cincuenta años. Por ejemplo, el influyente maestro Onuma Hideharu sensei, (hansi 9º dan) 1910-1990), practicó durante setenta años, considerándose a sí mismo, a pesar de ello, un aprendiz.

Foto de Henk Bleeker

   Pero, más allá de la disciplina personal, común a muchas otras artes marciales, tras lenta y ardua práctica, una vez conseguido un cierto nivel de dominio individual de la técnica, se da en el kyūdō una característica peculiar: toda la destreza obtenida se ha de poner a disposición de los demás participantes, en orden a conseguir un objetivo que es patente al observador: la indispensable relación con el conjunto de practicantes, a través de la plena consciencia de que los propios movimientos, se han de coordinar con los otros kyūdōjin, a fin de conseguir lo que se percibe como una profunda armonía, una intensa sensación de unidad. Y es que, a partir de la actuación individual, se trasciende lo individual para quedar embebida en un movimiento general del grupo que hace patente para el espectador la intención última de mostrar que existe “algo superior” a ellos mismos. Esta certeza se manifiesta en la actitud de serena dignidad de los practicantes que harán recordar al espectador la expresión “noble sencillez y serena grandeza” winklemanniana o le remitirá estéticamente al Auriga de Delfos o a los kuroi (κοῦροι) cuya areté (ἀρετή) podrá aplicar sin duda a los propios kyūdōjin. Y esta percepción señala una nueva rama de estudio futuro, en el sentido de intentar determinar en qué consiste ese “algo superior”, teniendo en cuenta que en la estética occidental existe una noción de armonía formulada como uno de los elementos de la belleza que se remonta a Platón y Plotino, recorre la estética medieval y alcanza la modernidad. El estudio deberá a su vez establecer la correspondencia con la fundamental noción de wa del pensamiento japonés que, por ejemplo, Suzuki Daisetz, traduce como armonía10 y Jesús González Valles, como paz.


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Queremos expresar nuestro agradecimiento a Dn. Luis González Ansorena por habernos permitido reproducir su artículo en nuestro blog.


Las imágenes de Henk Bleeker se pueden ver en...









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