domingo, 10 de marzo de 2019

LA SENDA DEL KYUDO







Texto FELIX ZIMMERMANN
Fotografía FRANK BAUER      https://frankbauer.com/stories/kyudo/

Publicado en la Revista Mercedes Magazine. Verano 2008






Dar en el blanco es una cuestión secundaria para los kyudokas. Al menos al principio. En el tiro con arco japonés los primeros años de entrenamiento se dedican a alcanzar la armonía entre técnica, cuerpo y mente. Cualquiera que pretenda recorrer el largo camino del arco necesita ante todo tres cualides: perseverancia, paciencia y concentración.

Akira Sato dibuja una línea con el índice sobre el tablero de la mesa. El punto final marca un objetivo. Sato se lo ha impuesto a sí mismo, aunque sabe que probablemente jamás logre alcanzarlo, por lo menos de forma permanente. Y es que el kyudo, el arte del tiro con arco japonés, es una disciplina de coordinación física y espiritual muy exigente incluso para un maestro consagrado como él. Frente a él, una diana (o mato) redonda que trata de alcanzar con una flecha disparada con ayuda de un arco de madera y bambú, el yumi, de hasta 2,30 metros de largo, cuya mitad superior es más larga que la inferior.

Sato dibuja ahora una línea recta; ése sería el camino ideal. Pero la cosa no es tan sencilla. Así que hace girar los dedos pulgar, índice y corazón sobre la línea en dirección al objetivo.

Una empresa difícil, por mucha experiencia, destreza y paciencia que se tenga. Sin embargo, eso no preocupa a Sato; para él el camino es el objetivo mismo.



 Una vez colocada la flecha en el arco... 
  

la concentración aísla del mundo exterior.  



La diana tiene sólo 36 centímetros de diámetro.



Camino de perfección

Esta prestigiosa disciplina la practican cerca de 300.000 japoneses, a los que hay que añadir varios miles de kyudokas repartidos por todo el mundo, cerca de ochenta en España. Todos ellos se han propuesto recorrer el largo camino hacia la esquiva perfección. No en vano el propósito del kyudo es purificar la mente y el corazón, un aprendizaje espiritual que requiere toda una vida.

En Japón, un kyudoka dedica dos años a practicar con una goma elástica hasta hacerse con el movimiento de tiro. Pasarán más hasta que logre sostener el arco con total serenidad, hasta que esté técnicamente maduro y adopte la actitud mental que desemboque en un tiro relativamente satisfactorio. En este arte noble casi nada ha cambiado a lo largo de los siglos: la vestimenta sigue estando compuesta de kimono y falda-pantalón de color oscuro, el arco y las flechas siguen siendo sencillos. No se perfecciona el equipo; es el alumno quien debe mejorar, mediante la actitud contemplativa que requiere el tiro con arco. El kyudoka tira de acuerdo con su propia personalidad, dicen maestros y discípulos. En la medida en que mejora el tiro se mejora también a sí mismo.

Sato Sensei —el maestro Sato—, catedrático de Biomecánica de la Universidad de Tohoku, situada en la localidad de Sendai (al noreste del país), enseña este antiguo arte marcial en Japón y en Europa. No para de viajar. Ha logrado el sexto Dan, un nivel relativamente alto dentro de los diez grados que conforman el kyudo. También él sigue esforzándose por mejorar.

El propio maestro es discípulo. Así es el kyudo. Lo explica con calma. Está sentado, vestido con un kimono azul oscuro. De vez en cuando toma un sorbo de té verde. ¿Cómo puede mostrar tal serenidad ante la casi imposibilidad de alcanzar sus objetivos? Porque lo importante es el esfuerzo. Cuando los arqueros notan que fallan o retroceden, deben restablecer el equilibrio entre mente, fuerza y técnica para volver a aproximarse a su meta. Y así siempre, en busca del tiro perfecto.

El kyudo es un ritual. Los alumnos tienen que practicar mucho para dominar con la máxima armonía todas las fases del movimiento: desde ashibumi, la posición inicial, hasta zanshin, la actitud de absoluta serenidad una vez efectuado el tiro. Los maestros saben que el camino que sigue la flecha hasta dar en la diana refleja el propio estado de espíritu: el tiro sólo será certero si se ejecutan los movimientos correctos y la mente no se ve perturbada por pensamientos de ningún tipo.

En el momento del hanare, cuando se dispara la flecha, el arquero no debe pensar en dar en el blanco, sino entregarse por completo a la acción que está realizando, tal y como enseñaba Genshiro Inagaki, el maestro de Akira Sato.

Inagaki fue un pionero que, en los años sesenta, enseñó en Europa el estilo shamen. En esta modalidad el arco se sostiene en posición lateral, a la izquierda. Por el contrario, en el estilo shomen, muy extendido en Japón, el arco se alza delante del cuerpo.

Kyudo significa “el camino del arco”. En el siglo VIII, el tiro con arco formaba parte del ceremonial cortesano japonés. Más adelante se desarrolló como técnica de combate con un único objetivo: la muerte del adversario. En el siglo XVI, con la aparición de las armas de fuego, el arco perdió su importancia. No obstante, los samuráis siguieron cultivando el arte del tiro, transformándolo en una práctica espiritual por influencia del budismo zen con el propósito de crecer interiormente.

Varios elementos esenciales relacionados con la lucha se siguen manteniendo: la distancia de 28 metros que separa al arquero del blanco se corresponde con el orden de las tropas en la batalla; la diana de 36 centímetros de diámetro representa la anchura del pecho del adversario.

Son reglas básicas que han permanecido inmutables hasta el día de hoy.





Energía bajo control

El kyudo implica aprendizaje constante: intentar forzar el tiro empleando demasiada energía provocará la resistencia del arco. Los arqueros intentan disparar cuando no experimentan ningún deseo de hacerlo. Urori, así es como denominan los kyudokas ese instante. Es comparable al rocío que se acumula sobre una hoja: cuando ésta ya no puede sostenerlo, la gota cae al suelo; entonces la hoja, liberada del peso, vuelve rápidamente a su posición original.

   Pero hoy, ni maestro ni discípulo han llegado a ese punto. Tras hacer una breve reverencia en el umbral entran en el dojo (sala de prácticas) uno detrás de otro. Sato da unos pasos por la sala luminosa y vacía; sus pies, cubiertos sólo con calcetines blancos, resbalan ligeramente sobre el parquet. El discípulo le sigue.

Se alinean uno delante y otro detrás. Se arrodillan en silencio, hasta que sacan el brazo izquierdo del kimono. Sato Sensei se endereza, se apoya en su rodilla izquierda y prepara el arco. Tira de la cuerda con la mano derecha; la punta de la flecha se apoya en el pulgar de la mano izquierda, que sostiene el arco. Aparentemente sin esfuerzo, Sato lo tensa. La flecha está a la altura de la punta de su nariz. En ese momento llega a aguantar hasta 18 kilos de peso. Apunta, mientras permanece absolutamente inmóvil. Y, de repente, la flecha sale disparada y da en la diana. El discípulo efectúa los mismos movimientos. También da en el blanco.

Vuelven a colocarse alineados. A continuación, tiran de pie. Primero Sato y luego su discípulo. Otra vez blanco. Hacen una reverencia en dirección a la diana. Con parsimonia, se sientan en el suelo. Los brazos desaparecen en las mangas del kimono, se levantan y salen del dojo. Una reverencia. Silencio. La ceremonia ha terminado; ya podemos hablar.

“¿Eso era urori?” “No”, responde Sato con una sonrisa. Ciertamente, ha dado en la diana, pero el momento del tiro no ha sido el correcto.

Había algo que no encajaba. Trabajará en ello. El kyudo es un camino de progresos mínimos, lentos. El 90% de los que empiezan a practicar el kyudo lo dejan al poco tiempo. Los que continúan quieren profundizar. Con calma. La ambición y la prisa les harían estar tensos. Y ¿de qué sirve acertar en el blanco si arquero, flecha y arco no se funden en una unidad?








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